Había una vez un padre que tenía dos hijas. Desde cuando eran pequeñas, el padre siempre estuvo pendiente de ellas. El tiempo pasó y llegó el día en que las dos hijas se fueron de casa para empezar y construir sus propias vidas. Una de ellas se casó con un hortelano y la otra con un fabricante de ladrillos.
Al cabo de un tiempo el padre decidió visitar a las dos hijas para saber cómo le iban las cosas. Primero, fue a visitar a la hija que ahora se dedicaba al cultivo de un huerto.
- Hola mi hija, ¿cómo estás en tu nueva vida?
- Todo está de maravilla conmigo papá, tengo un compañero que me quiere y mucho trabajo en el huerto.
- Cómo me alegro por ti, hija mía
- Gracias papá. Sólo tengo un deseo especial: que llueva todos los días con abundancia para que así las plantas tengan siempre suficiente agua para crecer. Así no nos faltará verduras para vender en el mercado.
El padre deseó suerte a su hija y se despidió de ella deseando que sus deseos se cumplieran.
Pocos días después, el padre decidió visitar la otra hija que se dedicaba a construir ladrillos con su marido.
- Hola mi hija, ¿cómo estás en tu nueva vida?
- Todo está muy bien, papá. Mi marido y yo nos damos bien y la vida nos sonríe. ¡No nos podemos quejar!
- Qué bien, hija mía. Me alegro mucho por ti.
- Gracias papá. Solo tengo un deseo especial: que los días se mantengan secos, sin lluvia, con sol brillante, para que así los ladrillos sequen y endurezcan más rápido y bien.
El padre deseó suerte a su hija y se despidió de ella deseando que su deseo se cumpliera.
En el camino a casa, el padre fue pensando en los deseos de sus hijas. Una desea lluvia y la otra desea tiempo seco. ¡Qué gran duda! ¿A cuál de los deseos puedo desear que se cumpla?
La pregunta que se hizo el padre no tenía respuesta. El padre llegó a la conclusión de que debería dejar que decidiera el destino, ya que él no podría hacer nada.
Moraleja: No trates nunca de complacer y quedar bien con todo el mundo. Te será imposible.